miércoles, 20 de enero de 2010

Dar cuerda a la soledad


Inmóvil en la casa. Simplemente acurrucado en un rincón de la habitación, dejando al descubierto su morro negro y sus ojos oscuros entre sus patas puntiagudas. Tan solo a veces se levantaba, como movido por hilos invisibles y arañaba desganadamente la pared, justo al lado de la puerta, pero todo eso era tan solo a veces y solo cuando yo no miraba. Cuando le sorprendí haciéndolo, me miró con sus ojos negros, faltos de toda emoción, tan solo dos puntos negros, y aullaba, o al menos lo intentaba, porque de su hocico solo emanaban estridentes sonidos. Al ver que no sabia proferir el aullido, bajaba sus orejas puntiagudas, diría yo que con desilusión, pero sus ojos, ahora desviados hacia el rincón donde solía reposar no daban muestras de tristeza. Diría que su pelaje se hacía aún mas negro de lo común, o tal vez la habitación se esté oscureciendo. En una ocasión le oí acercarse a mi y al girarme, me miró directamente a los ojos. Ya no veía sus ojos negros, pues o habían desaparecido o no se distinguían entre el pelaje de la criatura. Pero él, en cambio, pareció ver algo en los mios, porque no volvió mas al rincón...se quedó junto a mi...para siempre...

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